jueves, 18 de diciembre de 2008

Acumulación de vivencias

A nada que uno tenga los sentidos algo despiertos, los días le proporcionan dosis inevitables de vivencias; la teoría dice que éstas deben tamizarse, interpretarse e interiorizarse para asegurar una correcta asimilación y así enriquecer nuestro acervo y nuestra cultura en el sentido más amplio. Este proceso forma parte de nuestra actividad consciente, y abarca todo tipo de vivencias, las deliciosas y las desagradables, de forma que el individuo consciente las revisa o las revive.

El subconsciente es esa máquina poderosa que toma el control de la mente durante los sueños y su función, muy mentada por los científicos estudiosos de la materia, que los profanos como yo aceptamos y colocamos en nuestro entendimiento como una especie de túnel de lavado de la vivencias cotidianas. Uno llega con el coche sucio después de todo el día, se tira en la cama o en el sofá de la siesta de diez minutos, y aquello se limpia y ordena. Yo no conozco este proceso al detalle, me pregunto si alguno de los científicos ha llegado a sintetizar el proceso, su objeto y no ya su mecanismo, me da la sensación de que nunca han llegado mucho más allá de las curvas de los impulsos medidos con electrodos. Si lo han hecho, yo desde luego no me he enterado, lo cual tampoco es de extrañar mucho pues no frecuento lecturas especializadas de nada; aunque dada la trascendencia del asunto, de haberse producido avances, a buen seguro habrían sido divulgados al populacho. Sería reconfortante saber lo que los sueños y su mecanismo natural consiguen reparar de todas las tribulaciones que llegan, día tras otro, a nuestra pobre cabezota.

Pero ¡ay de nosotros al abrir los ojos! Los sueños funcionan de maravilla, aunque no conozcamos bien sus conquistas y por tanto nunca sepamos agradecerles su tarea. Aquellos flecos sueltos que sobreviven a su labor nos están acechando por la mañana como acreedores de nuestro espíritu, y se cobran su tributo sin misericordia alguna hacia nosotros, dejándonos ya algo mermados para la nueva jornada que recién ha comenzado.

Con el paso del tiempo las vivencias se acumulan, pero no amontonándose; si fuera una simple pila, los más recientes pisarían a los antiguos, y no siempre ocurre así, pues hay vivencias antiguas que consiguen aflorar con energía de la memoria e instalarse en nuestros sentidos como si estuvieran ocurriendo ahora mismo, haciéndonos vibrar igual que cuando ocurrieron. No, no se apilan, quizá se colocan en círculos o espirales, de forma que se llega a uno sin pasar por los otros, no sabemos cómo se acumulan.

La consecuencia terrible de acumular vivencias de forma consciente es que las certezas se tambalean. De esta manera, cuando oigamos a alguien afirmar con contundencia alguna máxima sobre lo humano o lo divino, seguramente se trate una persona que no examina sus vivencias, a lo mejor ni es consciente de ellas, y su mundo está regido por unas leyes que le han parecido bien y que claro, nunca nada las ha puesto en duda. Los sueños no llegan tan lejos, quizá porque la sabia Naturaleza ya sabe que las leyes del entendimiento humano no valen absolutamente para nada, no son siquiera papel mojado.

Por el contrario, aquellos audaces que intentan comprender lo que les pasa están abocados a la pérdida de las leyes, su mundo se resquebraja a diario, las líneas dejan de ser rectas y los círculos mutan en simples redondeles, y así con todo, día a día. Conoceremos a un sabio por las escasas explicaciones que pueden darnos sobre la vida. “Sólo sé que no sé nada” – ése sí que era un sabio

De forma que caminar por la vida con los ojos abiertos significa exponer nuestro mundo a constante prueba, y en muchas ocasiones las vivencias no encajan con nuestro entendimiento, y a poco honesto que se sea con uno mismo, deduce que no es la vivencia, sino el entendimiento el que está equivocado. Acabamos el día revisando la cantidad de leyes de nuestro entendimiento que han caído, y el resultado es en ocasiones desolador. A veces produce más pesar la pérdida de aquella idea sobre la vida que nos habíamos forjado desde jóvenes y que acaba de caer ante la simple realidad cotidiana, que la propia vivencia que ha desencadenado su caída.

Ya conocemos el final de la historia, que es como la describió el sabio de antes, y los audaces tenemos eso por delante, pero ¿qué ocurre cuando ya no se entiende nada? Esto debe estimularnos, pues no es posible que la acumulación de vivencia desemboque en la zozobra; más al contrario, nos aligera de las rígidas leyes que nuestra juventud, ilusión o inexperiencia, arrastradas por nuestro alrededor conservador, nos proporcionaron años atrás. Iremos perdiendo lastre para quedarnos con los valores irrenunciables: la honestidad, la lealtad, la dignidad, y otras que no quiero enumerar por si me dejo alguna fuera.

Como dijo mi abuelo, ‘Mundo andando y cosas viendo, tropezando y no cayendo’. Él lo decía en gallego, que rima un poco mejor, pero en castellano también suena bonito.

Un saludo